A la Naturaleza Primordial le
gusta ocultarse ( Heráclito)
Mis primeros recuerdos son
olores, no tengo imágenes ni sonidos.
No obstante puedo hablar de
ellos, están delimitados, un aroma a
manzana verde en calles húmedas de lluvia y el olor a
agua semiestancada de la orilla de un río.
Para comprender el mundo,
para pasar del caos al cosmos, de lo indeterminado a lo determinado,
establecemos límites, conceptuamos, separamos, dividimos lo informe nombrándolo
y objetivamos esas separaciones en elementos para poder trasmitirlos. Logos, raíz
de lenguaje, en un principio, hacía referencia a separar la semillas de la paja,
así cuando nacemos nuestros padres nos dan
nombre, nos identifican, nos presentan como individuos.
Pero hay olores sin nombre, son
libres, indeterminados, fluyen y aparecen furtivos a veces, trasladándonos a otro lugar, a otro tiempo y
fugazmente desaparecen.
Este breve encuentro con el
apeiron, con lo que no tiene forma ni limite, es algo similar al encuentro con
el mar, metáfora de lo perenne,
aquello que todo lo contiene en un ciclo perpetuo. Inmerso en él, se diluye tu propia
individualidad, dejas de sentir tu cuerpo y te fundes con el todo, al modo que,
de forma extrema, consumó su último
viaje Alfonsina.
Ese sentimiento de arrebatamiento,
de tensión con lo inmensurable es el sentimiento de lo sublime, mil veces
referido, que nos rescate de lo cotidiano, de nosotros mismos y nos empuja mucho
más allá, a presumir brevemente lo eterno.
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