jueves, 4 de mayo de 2017

La senda de los olores sin nombre



A la Naturaleza Primordial le gusta ocultarse ( Heráclito)

Mis primeros recuerdos son olores, no tengo imágenes ni sonidos.
No obstante puedo hablar de ellos, están delimitados, un aroma a manzana verde en calles húmedas de lluvia y el olor a agua semiestancada de la orilla de un río.
Para comprender el mundo, para pasar del caos al cosmos, de lo indeterminado a lo determinado, establecemos límites, conceptuamos, separamos, dividimos lo informe nombrándolo y objetivamos esas separaciones en elementos para poder trasmitirlos. Logos, raíz de lenguaje, en un principio, hacía referencia a separar la semillas de la paja,  así cuando nacemos nuestros padres nos dan nombre, nos identifican, nos presentan como individuos.
Pero hay olores sin nombre, son libres, indeterminados, fluyen y aparecen furtivos a veces,  trasladándonos a otro lugar, a otro tiempo y fugazmente desaparecen.
Este breve encuentro con el apeiron, con lo que no tiene forma ni limite, es algo similar al encuentro con el mar, metáfora de lo perenne, aquello que todo lo contiene en un ciclo perpetuo. Inmerso en él, se diluye tu propia individualidad, dejas de sentir tu cuerpo y te fundes con el todo, al modo que, de forma extrema, consumó su último viaje Alfonsina.
Ese sentimiento de arrebatamiento, de tensión con lo inmensurable es el sentimiento de lo sublime, mil veces referido, que nos rescate de lo cotidiano, de nosotros mismos y nos empuja mucho más allá, a presumir brevemente lo eterno.

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